Se dice, se cuenta, se comenta que hay comprimidos vendidos como éxtasis (MDMA) que, en realidad, llevan heroína. ¿Será verdad? ¿Será mentira? ¿Qué será… será? Sigan ustedes leyendo y, muy pronto, lo sabrán

Por Eduardo Hidalgo

¡Horror! Las pastis jakosas, jamarosas o jacarandosas… Con sólo oírlas mentar me salen sarpullidos. Lo lamento, pero no puedo con ellas. Me aburren. Me hastían. Me cargan. ¡Me tienen hasta las mismísimas pelotas! Se ha hablado tanto de ellas… Se ha explicado tantas veces de qué va la historia… ¿y el resultado? Ninguno. ¿Y la repercusión? Inexistente… como si nada hubiera pasado; como si nada hubiese sido dicho: hoy, al igual que ayer, que antes de ayer y que hace quince años te sigues topando con el prototípico enterao de quince, treinta o cincuenta y cinco años que te dice, te cuenta, te jura y te perjura que las pastis –algunas- llevan heroína.

«Pof vale, pof bueno, pof malegro», les respondo –cual haría el Ivá- cuando alguien me viene con estas efemérides y soplapolleces en la calle o en cualquier bar. Tengo 41 tacos; trabajé 10 para Energy Control informando y asesorando a los consumidores –y no consumidores- de drogas; y hace tiempo que aprendí a poner el límite entre mi vida laboral y mi vida personal, de modo que, si alguien me viene con estas movidas mientras me estoy tomando una copa, metiéndome un tiro de speed o charlando con los amigos, me las despacho con la fórmula más efectiva y breve con la que siempre –y mejor- se han zanjado las cosas con brasas de cualquier tipo (madres, padres, parejas y zumbaos en general): «lo que tu digas, querid@».

La putada es que hace meses me encargué de ejecutar la parte práctica referente a la refutación o confirmación de este mito. Así que, habiendo hecho el trabajo de campo, como que, por narices, me corresponde llegar hasta el fondo del asunto y escribir el artículo explicando la película entera –pues, a fin de cuentas, aquí ya estamos hablando de curro-. Y eso es lo que voy a intentar hacer… Lo sé, yo mismo me lo he buscado, nadie me ha obligado a ello; por lo tanto, debería dejar de quejarme y de lloriquear… Pero es que… lo siento, de veras, me cuesta lo que no está escrito entrar al trapo… me arrepiento tanto de haber empezado un trabajo que no me apetece terminar pero que mi moral judeocristiana (ja, ja, ja) hace que me sienta obligado a finiquitar…

En fin, dejemos de darle vueltas al asunto, no hay otra salida: respiremos hondo, mascullemos algún mantra aragonés (¡cagonlavirgenputa!, por ejemplo) y cojamos al toro por los cuernos de una vez.

Un…

Dos…

¡Tres!

Eso mismo es: tres. Tres son, exactamente, los informes objetivos con los que se cuenta al respecto de la presencia de heroína en pastillas vendidas como éxtasis en todo el mundo. Veamos cuales son:

1 – Una rula analizada por Dancesafe en el año 2000 que -en la superficie exterior- presentaba una cantidad pequeña, pero detectable, de diacetilmorfina, que, sin embargo, no fue identificada en el interior de la píldora (en otras palabras: un clarísimo caso de contaminación por contacto con trazas de otras sustancias a la hora de manipular o conservar las drogas por parte del camello o del consumidor de turno).

2 – Una alusión de Nicholas Saunders en referencia a un test realizado a finales de los años 90 en el Reino Unido –sin más datos adicionales- (huelga decir que Saunders hace mención a dicho testado como mera anécdota, y que sus argumentaciones al respecto de este tema vinieron siempre a refutar y a rechazar de plano la adulteración de la MDMA con heroína).

3 – Una pirula analizada por el proyecto EcstasyData compuesta de caballo. No obstante, sus características externas son tan penosas y cochambrosas que, en Erowid, no dudan en considerar que se trata de una pastilla casera, hecha a propósito, con el fin de hacer figurar la heroína como adulterante del éxtasis en la base de datos del proyecto y, así, confirmar, reafirmar y perpetuar el mito (conspiranoia de Earth & Fire, dirán algunos; bendito sentido común, pensamos otros).

Tres, pues… Una contaminación; una vaga y poco concluyente alusión a un test; y un burdo intento de tomadura de pelo. El resto: puras y duras habladurías; rumores infundados; testimonios desinformados; mitología popular del “submundo de la droga”… hablando en plata: gilipolleces.

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« ¡Un momento!», saltará cualquier gilipollas ilustrado que se haya dado por aludido, «tal vez, heroína no, pero en Erowid también mencionan la detección de dos pastillas, analizadas por EcstasyData, que contenían fentanilo».

Que si, hijo, que si… que el mercado yanki es absolutamente catastrófico, que en él puedes encontrar pastis adulteradas con cualquier mierda, incluidos los opiáceos, hasta el fentanilo… dos entre miles y miles de pastillas analizadas. Lo mismo que aquí, en España, entre decenas y decenas de miles de muestras examinadas por el Instituto Nacional de Toxicología y demás instituciones e investigadores, se han encontrado, muy ocasionalmente, partidas de comprimidos de supuesto MDMA que, en realidad, contenían codeína; y ocasional, puntual y anecdóticamente (es decir, una pasti suelta por aquí o por allá), alguna que contenía metadona. Si, es bien cierto, a veces, muy, muy pocas, poquísimas veces, se han detectado opioides en las rulas, pero no heroína. La excepción que confirma la regla -y no voy a entrar aquí a abordar las diferencias entre la codeína, la metadona y el jako, porque el tema rebasa los objetivos y posibilidades de este artículo- pero, en última instancia, no deja de ser raro, muy raro, que la detección de opiáceos en los análisis cromatográficos resulte tan anecdótica y que, sin embargo, los efectos jamarosos de la MDMA los hayamos experimentado prácticamente todos los usuarios de éxtasis, de jamaro o de ambas sustancias.

¿Y cuáles son tales efectos… esos que diferencian a las pastillas que contienen heroína de las que contienen éxtasis de verdad?

Pues, a modo de resumen y de ejemplo ilustrativo, éstos que relatan unos de tantos consumidores:

«A Asturias llegaban remesas puntuales de lo que llamábamos “pastilla jamarosa”, o sea, cortada con caballo o con sucedáneo. Si te la habías pillado para bailar, mala suerte: pegado al sofá toda la noche».

Ingram.

«El gran problema de las jamarosas, no era que no subieran, era la brutal bajona que provocaban en el minuto 45. Un bicho que te comía por dentro y si no lo matabas pronto te enviaba a la dimensión paposa».

Superwoobinda.

«Las últimas veces las que he conseguido son las llamadas jacosas cuyo efecto odio: piernas temblorosas, sensación de cansancio, párpados caídos…. ¡¡¡qué mierda!!!».

Champion.

Lo sé, hay mejores descripciones de los efectos, pero no las voy a buscar. Ya lo he dicho: el tema en cuestión me aburre hasta la náusea. En cualquier caso, y en última instancia, por pastis jakosas, se entiende aquellas que, en lugar de provocar marcha, estimulación, empatía, buen rollo y esas cosas, provocan apalanque, empane, flojera, desbarajuste del eje de las órbitas oculares y paposismo agudo que, en casos graves, puede llegar al knockout total de la víctima.

Nos ha pasado a todos (ups, perdón, “y a todas, todas”, no vaya nadie a pensar que soy un miserable saxofonista, ¡Ay… no!, quería decir…. Vaya, ahora no me viene la palabra… digo, el palabro… Huyyys, joer, vaya puto lío, es decir… puta liada… bueno, ¡coño!, ¡cojones!, mejor vamos a dejarlo/arla, que ustedes ya me entienden, apreciadXs lectrXs…). O casi. En cualquiera de los casos, la cuestión es que no son pocas las personas que, después de haber consumido alguna de estas pastillas jamarosas, las han enviado a analizar a dispositivos como los de Energy Control e, invariablemente, el resultado ha sido que no contenían más que MDMA.

El testimonio de un asiduo al foro Clubbing Spain da buena cuenta de ello:

«El caso es que me pase 7 horas colocadísimo, super tirado, con pocas ganas de hablar y moverme, y no se me parecía al efecto del éxtasis que había experimentado con otras pastillas. Así que, como de costumbre, decidí mandar una a Energy y… premio, el análisis dio un alto contenido de MDMA».

Robo.

                                         

Lo contrario –por el contrario- nunca ha pasado. Es decir, nadie ha enviado jamás a un servicio de análisis autonómico, inter-autonómico o estatal una pastilla jakosa que haya demostrado contener heroína.

La cuestión es así de sencilla: los efectos jamarosos los produce el propio éxtasis. Todo depende de la dosis, el contexto y el estado de la persona. Los efectos de la MDMA no son lineales e invariables sino que fluctúan entre la estimulación, el mimosismo, el paposismo y la iluminación en función de las mencionadas variables.

Por lo demás, los efectos de la heroína tampoco son siempre iguales sino que, en razón de los mismos parámetros, van desde la euforia hasta la sedación absoluta y abarcan, de por medio, todo el posible espectro de sensaciones posibles, desde el mayor y mejor de los buenos rollos hasta la más absoluta indiferencia. De tal manera, que, en caso de que hubiera pastis con heroína, tanto podrían producir apalanque y modorra como todo lo contrario.

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Y ahora, me dejaré de rollos y les contaré la ejecución del trabajo de campo: Adquirí 4 micras de jako; una cápsula de 100 o 120 mg de MDMA de la mejor calidad; y realicé el experimento por fases, dejando pasar unos cuantos días entre las sucesivas tomas de las sustancias.

Fase 1: Me comí una micra de caballo. Resultado: no noté absolutamente nada, a excepción de una ligera contracción pupilar.

Fase 2: Me fumé una micra de caballo. Resultado: me puse enjamonao, activo, de buen rollito, sin babear ni quedarme tuerto. Tampoco es que fuera la hostia, pero, poner, ponía. Vamos, que era jamaro.

Fase 3: Me comí la cápsula de x y las dos micras de heroína sobrantes. Resultado: a los 50 minutos el M se hizo notar con su típico subidón. Me fui de baretos. Estuve de palique con la peña –conocidos y desconocidos-. Buen rollo total. Ni rastro de los efectos del jako, ni siquiera en las pupilas, que, en todo momento, se mostraron dilatadas en lugar de contraídas.

Conclusión: me zampé el equivalente –en toda regla- a una pasti jakosa y lo que obtuve fue:

1 – Nada, cuando sólo tomé heroína.

2 – Un colocón de MDMA cuando tomé éxtasis y heroína.

Y es que amigos (bueno, venga, vale, y amigas), lo primero que saben y te dicen los entendidos en la materia –hablamos de los yonkis de chándal y poblao- es que el jama no se come. Y no se come porque, con el caballo, la vía oral es, de lejos, la menos provechosa de todas. Tanto que, lo habitual es que, con 50-70 mg, apenas se note otra cosa más que su efecto analgésico. De tal manera que, dadas las purezas medias de la heroína del mercado ilegal (que en España jamás han superado el 50%, ni siquiera en los dorados años 90, no digamos, ya, hoy en día) para obtener un buen colocón de jamaro intuimos que habría que consumir algo así como, por lo menos, tres o cuatro micras, lo cual, a precio de calle vienen a ser 15 o 20 euros, algo que nadie en su sano juicio paga por una pirula. Y, al igual que nadie la paga, tampoco nadie vende por cinco o diez euros un comprimido valorado en 20, ya que, en las leyes que rigen el mercado –de lo que sea- hay cabida para que te den gato por liebre, pero lo que jamás de los jamases sucederá (salvando los casos de milagros y despistes varios) es que te den liebre por gato, y menos aún de forma masiva y generalizada.

 

De hecho, la estupidez de las pastillas adulteradas con heroína queda perfectamente reflejada en las discusiones que, hace un par de años, tenían lugar en los distintos foros sobre drogas de la Red. En dichos foros, podían –y pueden- consultarse hilos donde los usuarios de heroína se quejaban de que su psicoactivo de elección ni siquiera alcanzaba el 1% de pureza; al mismo tiempo que, en otros hilos, los consumidores de MDMA se lamentaban de la cantidad de pastillas y de cristal cortado con jamaro que circulaba por ahí… En resumidas cuentas, que si hacemos caso a estos señores y señoras, los camellos y narcotraficantes se dedicarían en cuerpo y alma a tener a toda su clientela jodida e insatisfecha, suministrando a los pastilleros comprimidos compuestos de una sustancia que ni les gusta ni la quieren y abasteciendo a los yonkis de un jamaro que lleva todo menos lo que ellos mismos buscan y desean. Vamos, que si esto tiene algún sentido, que venga un economista y nos cuente de qué va la movida de la “burbuja jamarosa”, porque, de otro modo, esta historia no hay por donde cogerla ni pillarla, majetes y majetas.

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.