Por José Carlos Bouso

En el número anterior, se explicaron las bases neurobiológicas que subyacen a las visiones inducidas por los enteógenos en general, y por la ayahuasca en particular (ya que los estudios presentados se hicieron utilizando ayahuasca), y se prometía, para un artículo siguiente, la explicación más psicológica basada en experimentos realizados en contextos de laboratorio utilizando lo que en psicología se denominan “paradigmas” de investigación; esto es, diseños experimentales específicos desarrollados para estudiar procesos psicológicos concretos, como pueden ser la utilización de ilusiones perceptivas para estudiar el sistema visual, de listas de palabras para estudiar los procesos de codificación de memoria, de juegos de azar para estudiar los sistemas cerebrales encargados del procesamiento de la recompensa o, como veremos a continuación, la realización de tareas visuales bajos los efectos de un alucinógeno para estudiar los mecanismos psicológicos subyacentes a las visiones.

Precisamente, entre la publicación de la primera y la segunda parte de este artículo, se ha publicado un estudio en una de las revistas neurocientíficas más prestigiosas, en el que, utilizando resonancia magnética funcional (fMRI), se implementó uno de estos paradigmas para estudiar qué áreas cerebrales se activan mientras los voluntarios realizaban una tarea visual bajo los efectos de la ayahuasca[1]. Este estudio es muy interesante ya que la fMRI permite “fotografiar” las áreas cerebrales mientras se realizan tareas concretas y así estudiar qué áreas específicas se activan y, por tanto, poder relacionar procesos psicológicos con áreas cerebrales. De ahí que, de alguna manera, este estudio arroje resultados “puente” entre los estudios biológicos puros y duros, como los presentados en la primera parte de este artículo, en el que los voluntarios toman ayahuasca y simplemente se “ve” qué pasa, y los resultados psicológicos puros que se presentarán en este mismo artículo más adelante. Voy a tratar de resumirlo aquí.

La muestra del estudio estuvo compuesta por 9 voluntarios (4 hombres y 5 mujeres) con una amplia experiencia en el uso de ayahuasca. Cada sujeto bebió entre 100-120 mL, conteniendo una concentración de 0,8 mg/mL de DMT y 0,21 mg/mL de harmina. Los sujetos fueron sometidos a dos sesiones de fMRI: la primera en condiciones “normales”, esto es, sin haber tomado nada; tras esta primera sesión tomaron la ayahuasca y 40 minutos después se les volvió a escanear. También se les administró un test de recogida de efectos psiquiátricos en los minutos 0, 40, 80 y 200, tras la toma. En cada sesión de fMRI los sujetos tuvieron que realizar 3 tareas agrupadas por bloques: en cada bloque, se presentaban primero imágenes de personas, animales o árboles y los sujetos lo único que tenían que hacer era mirarlas pasivamente, sin hacer nada. Seguidamente, se les pedía que cerraran los ojos y generaran en su mente la misma imagen que acababan de ver. Finalmente, de nuevo tenían que mirar pasivamente una imagen control que se componía de los mismos píxeles que la imagen anterior, pero desordenados (un ejemplo visual de la tarea puede encontrarse en el artículo original, referenciado en la nota 1). Los resultados fueron, cuando menos, interesantísimos: se encontró que los sujetos activaban las mismas áreas cerebrales cuando miraban pasivamente las imágenes en condiciones normales, que cuando trataban de imaginar esas mismas imágenes bajo los efectos de la ayahuasca. En condiciones “normales”, antes de tomar ayahuasca, el imaginarse las imágenes apenas activaba dichas áreas, como tampoco lo hacía la presentación de las imágenes “despixeladas” cuando se presentaban bajo los efectos. Luego, para el cerebro, es lo mismo mirar una imagen estando en condiciones normales, que imaginársela estando bajo los efectos de la ayahuasca, de ahí, quizás, que los ayahuasqueros consideren que la experiencia con ayahuasca tiene el mismo estatus de realidad que la realidad en sí. No puede ser de otra forma si los mecanismos cerebrales en que se sustentan ambas experiencias son los mismos.

Hay algún resultado interesante más que se encontró en este estudio. Aparte de replicar algunos resultados del único estudio previo realizado con técnicas de neuroimagen y reseñado en la primera parte de este artículo, se encontró algo que previamente no se había visto: la activación de áreas occipitales (situadas en la parte posterior del cerebro y encargadas del procesamiento visual de la información), en concreto, y de manera especialmente intensa, de un área (denominada área BA17) que es la encargada de la visión periférica. De hecho, la activación de esta área es la única que correlacionó con puntuaciones psiquiátricas, lo que sugiere que la aparición de paranoia o de otros síntomas psicopatológicos que aparecen a veces durante el transcurso de la experiencia puede que se originen inicialmente en la activación de esta área y no en el contenido cognitivo de la experiencia. De hecho, el tercer resultado de interés que arrojó este estudio, cuando se sometieron los resultados a un modelo de “conectividad funcional” entre las diferentes áreas activadas, mostró que el efecto global de la ayahuasca era dirigido precisamente por esa área occipital, seguida de áreas parahipocampales y frontales (ver la primera parte de este artículo para una explicación en detalle de las implicaciones de este fenómeno). Según los autores, este patrón peculiar de activación cerebral puede ser el responsable, en el plano psicológico, de que “llevando el recuerdo de las imágenes al nivel de la imagen natural, la ayahuasca, convierta en estatus de realidad experiencias internas”. De ahí, quizás también, que para detener una posible cascada de experiencias negativas, simplemente muchas veces baste con abrir los ojos y así interrumpir la predominancia del área BA17 en el proceso psicológico y con ello hacer desaparecer el malestar psicológico subjetivo. O la eficacia de métodos chamánicos como el soplido, o los cantos, los cuales, simplemente reconduciendo la atención hacen que se interrumpa la preponderancia del área BA17 en el curso de la experiencia y se pongan en marcha otros flujos de dirección funcional reconduciendo así la experiencia. Si bien este punto ya es pura especulación, también es cierto que las experiencias de paranoia suelen estar relacionadas con supuestas “cosas” que ocurren en la periferia del individuo, desde sentirse perseguido hasta sentir que se habla a espaldas de uno, luego que áreas relacionadas con la visión periférica puedan ser las responsables de este tipo de síntomas tiene bastante sentido, así como también el hacerlos desaparecer simplemente modulando el entorno, y sin necesidad de entrar a modificar los procesos cognitivos ni del curso del pensamiento. De hecho, probablemente lo más contraproducente para reconducir una mala experiencia sea atosigar al iniciado con palabras y razonamientos que lo único que harán será empeorarla en lugar de reconducirla.

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Un último apunte en relación a la diferencia entre este estudio y el reseñado en la primera parte de este artículo, es la activación de áreas visuales en este estudio respecto a su no activación en el anterior. La razón puede deberse a que en el estudio recién comentado a los voluntarios se les pide que realicen una tarea visual (bien en “real” mirando imágenes, bien en “imaginación” tratando de verlas con el ojo de la mente), mientras que en el estudio previo los voluntarios simplemente estaban tumbados en reposo sin ninguna instrucción concreta. Es posible, entonces, que todo el proceso psicológico, al que se refiere el estudio aquí comentado, se ponga en marcha cuando la persona trae a la memoria imágenes internas relacionadas con eventos significativos de su vida y, ahí, se inicie todo un proceso en cascada en el que lo que trae a la memoria pasa a ser tan significativo como la realidad misma. Si bien las áreas cerebrales activadas en ambos estudios eran las mismas, a excepción de las áreas occipitales, el hecho de traer experiencias internas a la memoria es lo que puede verse reflejado con la activación de dichas áreas, luego que el área B17 sea una de las áreas responsables de que el ojo de la mente pueda ver, algo que se conocía ya, por otra parte, en estudios de imaginería mental. Lo interesante del asunto, en resumen, sea como fuere, es que para el cerebro lo que el ojo de la mente ve bajo los efectos de un enteógeno es igual de real que lo que ve sin él, y ahora podamos comprender a qué se debe este fenómeno de implicaciones ontológicas inconmensurables. Después de todo, ¿qué es la realidad?

Si hasta aquí hemos explicado primero los mecanismos neurobiológicos y psicobiológicos que están en la base de las visiones de los alucinógenos, faltaría por explicar la tercera pata, es decir, cuáles son los mecanismos psicológicos subyacentes.

De nuevo, al igual que ocurre con las bases neurobiológicas y psicobiológicas de las visiones inducidas por alucinógenos, a la hora de buscar bibliografía referente a las explicaciones psicológicas (basadas en la psicología experimental, se entiende, y no en teorías psicológicas psicodinámicas ni de otro tipo), nos encontramos con una sequía de estudios. Bueno, básicamente nos encontramos con un único estudio[2], que pasaré a resumir a continuación.

Según los autores de este artículo, las alucinaciones (en el sentido clínico de la palabra) suelen explicarse mediante una combinación de 3 tipos de fenómenos que no tienen por qué ser mutuamente excluyentes: 1) una pérdida de habilidad perceptiva o sensorial; 2) un incremento anormal de actividad neural; 3) o por alteraciones cognitivas. Según la primera explicación, y ya para el caso concreto de las visiones inducidas por alucinógenos, es posible que una visión más pobre o las dificultades perceptivas que inducen los alucinógenos puedan explicar la aparición de alucinaciones. En el segundo caso, como ocurre en algunos tipos de migrañas, como son las migrañas con aura, o en algunas epilepsias, una actividad anormal del córtex cerebral puede estar explicando las alucinaciones debido a una anormal interacción entre áreas cerebrales. Para el tercer caso, puede que ocurra alguna interferencia en el procesamiento de la información o en las inferencias perceptivas que puedan explicar las modificaciones visuales. En este estudio, los autores utilizaron paradigmas experimentales para poner a prueba cada una de estas posibles causas utilizando como fármaco modelo para inducir alteraciones visuales la MDA (3,4-Metilenedioxianfetamina), de tal modo que cuando los sujetos estaban en la fase álgida de los efectos, les sometieron a pruebas perceptivas, cada una evaluando una de las 3 posibles explicaciones mencionadas.

La MDA no tiene un perfil visionario tan marcado como los alucinógenos clásicos tipo ayahuasca, psilocibina o LSD. Sin embargo, a la vez, está bien descrito que es un fármaco psicológicamente más manejable. Elegir qué fármaco se va a utilizar en este tipo de estudios, así como las dosis a administrar, tiene sus pros y sus contras: se puede trabajar, por ejemplo, con psilocibina porque el efecto visionario es claro, pero puede que los voluntarios no puedan realizar bien las tareas porque el efecto sea demasiado contundente. O se pueden elegir fármacos menos visionarios, pero más manejables, como es el caso de la MDA, asegurando así que los sujetos podrán realizar las tareas pero arriesgando más el dar respuesta a lo que se pretende estudiar. Lo mismo respecto a las dosis. En artículos futuros, cuando expliquemos estudios de procesamiento de información utilizando psilocibina se expondrán mejor, utilizando ejemplos reales sacados de dichos estudios, algunas de estas dificultades. En cualquier caso, sí está bien descrito que la MDA produce alteraciones perceptivas, y, en definitiva, para bien o para mal, fue el fármaco que se utilizó en este estudio (que era un estudio en el que se midieron también otras variables farmacológicas que aún no se han publicado).

El estudio fue a doble ciego y comparado con placebo (ni sujetos ni investigadores sabían qué habían tomado exactamente los primeros, si una dosis de 98 mg/70 kg de MDA o un placebo) y participaron 12 sujetos con experiencia previa en el consumo de MDA. Se les administraron escalas de efectos subjetivos para asegurarse que los sujetos habían tenido efectos evidenciables, y la mitad de ellos refirió tener visiones con los ojos cerrados bajo los efectos de la MDA, pero no con el placebo (excepto un sujeto, que refirió ver “seres” bajo los efectos del placebo, cosas que pasan cuando se administra una droga en forma de doble ciego). Se utilizaron 3 pruebas para estudiar cada una de las hipótesis mencionadas: para la primera hipótesis se utilizó una prueba en la que se presentaba una ilusión óptica y se medía el grado de distorsión de la ilusión; para la segunda hipótesis, se presentó una prueba en la que había que detectar el contorno de una figura camuflada; y para la tercera hipótesis, se presentaba una figura difuminada por gradientes y los sujetos tenían que determinar de qué figura se trataba. El lector interesado en profundizar en las pruebas utilizadas en este estudio puede irse al artículo original (referenciado en la nota 2), donde vienen expuestas en detalle con imágenes, a modo de ejemplos que las ilustran. Se encontró que la magnitud de las visiones con ojos cerrados, bajo los efectos de la MDA, estaba asociada con un peor rendimiento en dos de las tres pruebas de organización perceptiva administradas a los voluntarios, concretamente en las pruebas de integración de contraste y de reconocimiento de objetos. Sin embargo, para frustración de los lectores, tampoco se puede concluir gran cosa de este hallazgo, ya que no se encontró una relación específica entre los efectos subjetivos globales recogidos en los cuestionarios y la peor ejecución en las pruebas realizadas. Es decir, aunque todos los sujetos tuvieron efectos evidentes, sólo la mitad tuvo visiones con ojos cerrados y lo máximo que se pudo establecer fue que la intensidad de las visiones con ojos cerrados se relacionaba con un peor rendimiento en las pruebas perceptivas. En definitiva, lo máximo que se puede concluir de este estudio es que quizás las personas que tienen una más pobre capacidad de organización perceptiva pueden ser más sensibles a tener visiones cuando toman un alucinógeno, y no tanto explicar los mecanismos subyacentes. La investigación es frustrante, no siempre da respuestas claras y, por lo general, cada estudio tiende a concluir que se necesitan más estudios para concluir algo. Aún así, lo interesante de este estudio es que parece que, utilizando una droga más visionaria, quizás se podrían llegar a resultados más concluyentes, en el caso de que los voluntarios pudieran realizarlas; y utilizando también quizás otros paradigmas de investigación, como son las técnicas que reconocen como “enmascaramiento” y la “teoría de detección de señales”. El valor de este estudio radica pues en que es pionero en el ámbito de la investigación de los mecanismos psicológicos subyacentes a las visiones inducidas por alucinógenos, y, sobre todo, en su utilidad para redirigir la atención hacia el diseño de futuras investigaciones que permitan estudiar mejor este fenómeno.

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Un último resultado interesante que se encontró en este estudio es que los sujetos puntuaron alto en una escala de experiencias místicas, algo que también se ha encontrado recientemente en estudios realizados con psilocibina. Sobre estos estudios versará el próximo artículo de esta serie.

 


[1] http://www.scribd.com/doc/66375574/Seeing-With-Eyes-Shut-2011

[2] http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0014074

 


[1] Para un defensa del término alucinógeno ver, por ejemplo: http://psychonautdocs.com/docs/Metzner%20-%20Hallucinogenic%20Plants.pdf

[2] La última versión de este modelo puede encontrarse aquí: http://www.maps.org/w3pb/new/2008/2008_Geyer_23106_1.pdf

[3] Si alguien mientras tiene curiosidad por este tema en concreto puede leer cualquiera de los libros de Antonio Damasio publicados en español pero, sobre todo, el esclarecedor libro, tristemente descatalogado, de Joseph LeDoux titulado El cerebro emocional o su más reciente libro no traducido Synaptic self.

[4] Ver: http://www.investigacionyciencia.es/Archivos/MYC_44_MAESO.pdf

[5] http://www.maps.org/w3pb/new/2006/2006_Riba_22766_2.pdf

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.