Si eres una persona que usa cannabis, y aunque tu uso del mismo esté varias horas (o días) alejado del momento en que te vas a poner a los mandos de un vehículo a motor, las carreteras españolas se han convertido en un peligroso juego de recaudación económica.

por Pedro Heredia

Podrías tomar cualquier otra droga y, al cabo de unas horas, poder conducir sin problema alguno; pero en el caso de nuestra planta amiga esto no es así, debido al tiempo que el organismo de cada persona tarda en eliminar cualquier resto (no activo) de su cuerpo. Dependiendo de cada persona, eso puede oscilar entre algo menos de 24 horas y más de varios días tras el último consumo. Por dicho motivo, somos la presa favorita a cazar ya que, aun sin conducir bajo los efectos del cannabis, somos quienes les aseguramos que el gasto de un drogotest les va a salir más rentable.

Hace poco, perdí todos los puntos del carnet por dos drogotest, en los que di positivo para THC, y me tocó realizar el “curso de recuperación”. Tras esperar seis meses para poder realizarlo –como primer castigo– cuando pude inscribirme, lo primero que tuve que hacer fue pagar 400 euros a la “asociación de academias” que hacen caja con este negocio. A cambio, me dieron tres libros que valían en total 7’12 euros (sin contar el impuesto) y acceso a una aplicación por Internet para hacer varios test. Aparte de eso, recibimos una serie de charlas de distintos personajes, como un par de profesores de las academias, una psicóloga que prefirió pasar la tarde contando chistes, ignorando el temario que debía dar y –por último– una persona en silla de ruedas de la asociación local de “lesionados medulares” por accidente de tráfico. De esta forma, en dos viernes por la tarde y dos sábados mañana y tarde (en teoría) nos dieron 24 horas de formación especializada.

Todo era una absoluta pantomima. De entrada, nos dijeron que quitásemos el sonido de los teléfonos móviles, para que no molestasen, por si alguien quería escuchar las charlas, dando por sentado que la gente pasaría totalmente de los ponentes y se dedicarían (como en cursos anteriores) a navegar por Internet o usar el WhatsApp todo el tiempo. En un grupo de unas treinta personas, la mitad tenían que realizar el curso por pérdida de puntos, pero la otra mitad lo realizaba por orden judicial. ¿La diferencia? Pues bastante, ya que la pérdida de puntos es un hecho administrativo y la orden judicial deriva de un proceso penal.

Sin embargo, los que habían sido sancionados por un juez (en su mayoría alcohólicos crónicos, como ellos mismos se definían sin pudor) aunque realizaban el curso con los demás, no tenían que someterse a un examen en la DGT para conseguir un escuálido carnet con ocho puntos iniciales. A estos, tras soportar las charlas y con un mero certificado de asistencia, les valía pasar por el juzgado a recoger su carnet, con los mismos puntos que tuvieran antes de la condena. ¿Tenías quince puntos antes de conducir todo borracho de whisky y chocar con un coche de la policía que estaba en el control? Pues ahora te devolvemos –sin hacer siquiera un examen– tu carnet con quince puntos; así de bien está hecha la ley, en la que los infractores más peligrosos (los que cometen delito y quien les procesa es el juez por la vía penal) se ven premiados. Ellos no sufren pérdida de puntos y no han de esperar dos o tres años sin sanciones para encontrarse de nuevo con el carnet hasta arriba.

Los que habíamos perdido el carnet por acumulación de faltas, teníamos que realizar un examen (28 euros más, por tasas de examen) pero si suspendes, vuelves a la academia a pagar 125 euros más por cuatro horas de charlas extra, y así poder volver a examinarte pagando otros 28 euros de nuevo a la DGT. Y ojo, que el máximo de puntos que recibimos –al aprobarlo– es de sólo ocho puntos. Para tener doce de nuevo, deberás esperar sin tener ninguna falta durante dos o tres años, dependiendo de lo que causó tu pérdida de puntos (si es por cannabis, tres años).

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Mi grupo, formado por treinta personas, de las que veinte nueve eran hombres y una era mujer, era un grupo bastante típico, según comentaban los responsables del curso. Aproximadamente a la mitad de los que allí estaban les habían quitado el carnet como parte de una condena por la vía penal: había superado cierta tasa en el control de alcoholemia o habían tenido, además de eso, algún tipo de accidente (como el caso del chico que además de borracho, reventó un coche de Policía Nacional) o situación que hiciera que el asunto saltase de la vía administrativa a la penal. De ese grupo, los “penales”, la mitad de ellos eran consumidores crónicos de alcohol que no sólo no tenían problema en reconocerlo, sino que la mayoría dejaban claro que sus conductas en ese sentido no iban a variar esencialmente: pensaban seguir bebiendo y conduciendo mientras pudieran hacerlo, y a ellos –este sistema– les iban a devolver todos los puntos que tuvieran cuando se les retiró el carnet.

De hecho, excepto uno de esos “penales” que se había comprado un “patinete tuneado para ir a alta velocidad”, durante el tiempo que se viera afectado por la sanción, el resto seguían usando su coche y venían al propio curso conduciendo ellos mismos. El resto éramos conductores que habíamos acumulado sanciones sin haber causado ningún accidente, algunos por velocidad, otros por positivos en el drogotest, ir manejando el teléfono móvil y demás infracciones. Aunque había algunos que habían dado positivo por cannabis en el drogotest, lo cierto es que en ningún caso (salvo en el mío) estaban allí sólo por ese tipo de falta: los que habían dado positivo en cannabis, habían dado también en otras drogas y/o alcohol.

El ambiente “casi festivo” del curso se podían palpar cuando, tras los descansos preceptivos, la gente volvía al aula con unas copas, botellines de cerveza o chupitos (medianamente escondidos) y otros fumaban en el aula o incluso liaban porros sobre las mesas, sin que eso supusiera problema alguno, mientras no molestasen a otros. En el curso todos recibíamos las mismas charlas, aunque las materias de las que deberíamos examinarnos cada uno eran distintas en función de las faltas cometidas.

Empezamos el curso viendo cómo los datos que nos daban no valían para el examen, y nos lo advertían expresamente. Esto era debido a que quienes daban las charlas y los profesores, por lo general, tenían datos actualizados pero el temario de examen trabajaba con datos del año 2011 o anteriores. Es decir, que para aprobar, si tenías que examinarte, era mejor que no escuchases nada porque corrías el riesgo de interiorizar datos que, a pesar de ser correctos, no servían para aprobar en la DGT, ya que los exámenes no se habían actualizado desde entonces y seguían pidiendo datos de hace lustros.

Muchos de esos datos, correctos o no, quedaban bastante fuera de lo que debería ser el enfoque educativo, ya que conocer el número de muertos por accidentes de tráfico en todo el planeta durante el siglo XX, o el número concreto de heridos en Europa en el año 2011, no parece que vaya a ser un dato que ayude a mejorar nuestra conducción hoy.

El temario sobre alcohol, drogas y fármacos

El capítulo dedicado al alcohol de forma exclusiva, daba los datos habituales sobre los efectos del alcohol en el cuerpo humano, su eliminación, así como información sobre los sistemas de sanción y medición. Esto último resultaba curioso, ya que no parece que pueda servir de mucho a un conductor conocer que la reina Isabel “la Católica” fuera la primera en establecer sanciones contra los conductores de carruajes que fueran bebidos. Tampoco sirve de nada saber que el alcohol absorbe la energía infrarroja en las longitudes de onda de 3’4 micras y de 9’5 micras, siendo esta última la usada para sancionarte por tener una especificidad más alta.

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Llegados al capítulo sobre drogas, los desfases en los datos eran aún mayores, ya que teníamos que dar por buenos los datos del Plan Nacional sobre Drogas de hace casi una década. Para empezar, nos dividían todas las drogas, legales o no, en tres grupos: estimulantes, depresoras y perturbadoras. Ya en la parte sobre estimulantes, se notaba claramente que habían tenido que rellenar con datos sin utilidad el temario de dicho capítulo, ya que no tenían problema en meter en el mismo paquete a la anfetamina o la cocaína, con la cafeína, la teína (cafeína también, pero con otro nombre) y la teobromina del chocolate: las xantinas. ¿Te imaginas ir conduciendo todo drogado por un atracón de Kit-Kat y Lacasitos? Tú no sé, pero la DGT sí es capaz de hacerlo.

También entre las drogas estimulantes habían metido a la nicotina, dedicando una buena parte a prevenirnos sobre los peligros de fumar tabaco al volante, básicamente por el humo que liberamos, y que nos impediría tener una correcta visibilidad, además de ocuparnos una mano durante el encendido o apagado del cigarro. Sin embargo, nos recomendaron “comer pipas” para evitar quedarnos dormidos al volante, especialmente a los conductores profesionales: todo muy loco.

Llegando al cannabis, presentada como la primera de las drogas perturbadoras junto a la LSD, la mescalina, la MDMA y los inhalantes o pegamentos, lo primero que indicaban es que su consumo se suele realizar mezclado con alcohol. Esto no parece ajustarse a los consumidores de cannabis, que precisamente no suelen consumir alcohol, sino a los consumidores de alcohol y otras drogas, que no tienen problema en añadir cannabis a la mezcla psicoactiva que llevan encima.

Finalmente, el dato más relevante sobre cannabis y accidentalidad que ofrece dicho curso, es que el cannabis puede multiplicar hasta por dos las posibilidades de sufrir un accidente, lo cual equivale al riesgo –según el mismo curso– de conducir un automóvil con más de diez años de edad. El alcohol, por ejemplo, eleva el riesgo de sufrir un accidente multiplicándolo por nueve; sin embargo sí es posible conducir con ciertas dosis de alcohol en sangre, mientras que cualquier resto inactivo de THC es suficiente para sancionarte por cannabis. Por supuesto, ni el temario ni los profesores entraban en la distinción entre dar positivo y conducir bajo los efectos: todos eran consciente de la trampa legal.

El resto del temario sobre drogas tenía cosas tan fuera de lugar como advertirnos de los riesgos de conducir bajo los efectos del PCP o “polvo de ángel”, a pesar de que dicha sustancia nunca estuvo disponible en nuestro país. De la ketamina, por el contrario, que es una sustancia de uso en nuestro país, no dicen ni una sola palabra.

En cuanto a los fármacos, leímos cosas como que ser alérgico y tomar medicación para ello equivale (según temario) a entre 0,5 y 0,6 gramos de alcohol en sangre, que es la tasa de alcohol suficiente para dar positivo y ser multado. El premio estrella de la desinformación sobre fármacos, apuntaba sólo a la mujer, ya que es quien toma anticonceptivos hormonales y que –según el temario– pueden provocar “nerviosismo, depresión, labilidad afectiva y estados pasajeros de confusión”.

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.