(más unas réplicas a los listillos que pululan por la red)

Por José Carlos Bouso

En esta sección que tan amablemente me cede mi inestimable amigo Raúl del Pino (recuerden, el de la píldora azul) trato de ir divulgando al profano la información científica puntera que se va publicando en las revistas científicas en lo que a ciencia psiconáutica se refiere. Por eso me produce un poco de pudor hablar de un artículo recién publicado cuyo primer firmante es un servidor y titulado: “Personality, Psychopathology, Life Attitudes and Neuropsychological Performance among Ritual Users of Ayahuasca: A Longitudinal Study”. El artículo, a texto completo, se puede encontrar aquí: http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0042421

Y un resumen aquí:

http://iceers.org/what-we-do/investigacion-cientifica.html?L=2

El artículo en cuestión (cuya edición ha financiado ICEERS –www.iceers.org), a día de hoy es el más completo de todos los publicados en cuanto a los efectos a largo plazo del uso de alucinógenos se refiere. No solamente porque se ha investigado a una muestra amplísima de usuarios (concretamente 127), comparándolos con sus respectivos controles emparejados (concretamente 115). Sino porque se ha hecho algo que rara vez suele hacerse en este tipo de estudios de efectos a largo plazo en materia drogas: repetir las evaluaciones un año después para replicar los resultados encontrados previamente. Debido a las dificultades en conseguir recursos públicos para investigar, en tener que publicar siempre cosas novedosas para atraer la atención de los posibles donantes de fondos económicos y para, en definitiva, escalar en el escalafón del estatus profesional, rara vez se replican los resultados encontrados en un estudio. Es decir, rara vez se repite el experimento para cerciorarse de que los resultados son válidos y fiables y no responden a posibles errores de método que hayan podido pasar desapercibidos a los investigadores. Esto es especialmente saliente en la investigación drogabusológica. Como es raro encontrar estudios en los que los usuarios de drogas, sean del tipo que sean, salgan bien parados, y como el paradigma actual en drogabusología establece irrefutablemente que el consumo de cualquier droga es perjudicial para la salud en general, y para el cerebro en particular, cualquier resultado de cualquier estudio que sigue encontrando una y otra vez este tipo de resultados se acepta acríticamente porque va en la línea general de lo que ya es obvio, de lo que se sabe y de lo que no puede ser de otra forma: lo perjudicial del consumo de drogas. Aceptar los resultados acríticamente no es otra cosa que aceptar que los estudios están bien hechos, no porque se miren las metodologías de cómo se han desarrollado, sino simplemente porque si se encuentra que los resultados son negativos para los usuarios es la prueba de que el estudio está bien hecho, ya que si se encontrara otra cosa algo se ha debido de haber hecho mal. Vivimos en el paradigma, o más bien dogma, de que cualquier cosa que “toque” el cerebro es por definición perjudicial para el mismo, sobre todo si se trata de “cosas” ilegales. Es curioso, además, encontrarse cómo sustancias de parecido efecto neurofarmacológico, como son por ejemplo la MDMA (éxtasis) y la paroxetina, en función de su estatus legal, ese “tocar” el cerebro es perjudicial si se trata de algo ilegal y beneficioso si se trata de algo legal. Teniendo ambas sustancias, como digo, parecidos mecanismos de acción.

Así pues, podemos decir que la ciencia drogabusológica es un edificio inmenso, casi un Ministerio, por poner un símil en el que las realidades sean confluyentes, construido con cimientos de humo. Y digo un Ministerio porque la ciencia drogabusológica comparte con cualquier Ministerio ese inmovilismo, esa incapacidad para el avance de las ideas, esas estructuras antediluvianas y esa casposidad que hacen de la realidad una ficción, y viceversa, cuando se trata de poner en juego la supervivencia de la institución, y no tanto de la preocupación por la verdad ni por el bienestar común.

En resumen: pocos estudios de los efectos a largo plazo del uso de drogas se replican, esto es, se repiten utilizando las mismas muestras poblacionales y los mismos métodos para comprobar que lo encontrado es lo “real” y no un error de método. Por no ser excesivamente duro con mis colegas drogabusólogos, ni injustamente injusto, debo decir que replicar los estudios es muy costoso tanto en términos económicos como de inversión de trabajo, aparte de perder mientras tanto un tiempo precioso en investigar fenómenos novedosos que te hagan avanzar en tu currículum. Y pocas instituciones le van a dar a alguien dinero para que haga algo que ya está hecho.

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Aún así, esto solo ocurre o sucede de manera bastante exclusiva, en la ciencia drogabusológica. Y la razón, de nuevo, se debe a que se tiene asumido ese dogma de que todo lo que toca el cerebro lo jode, luego, como ya he explicado, cualquier estudio que cuadre con el dogma pasa a formar parte del cuerpo científico del campo sin demasiados criterios críticos. En otros ámbitos de la ciencia menos contaminados ideológica y políticamente no ocurre tanto esto. De hecho, un estudio mal hecho porque no se han cuidado bien los métodos o porque otros han encontrado resultados que no cuadran puede ser el final de la carrera de un científico en otros ámbitos, como digo, menos contaminados ideológicamente. Tiene que haberse cometido un error muy gordo en ciencia drogabusóloga en un experimento y que ese experimento, además, haya sido previamente ampliamente publicitado para que, detectado el error, ocurra algo. De hecho, aparte del famoso caso Ricaurte (ver, por ejemplo, http://thedea.org/os/9_10_03.html), pocos casos se conocen de reprobación pública por realizar prácticas científicas drogabusológicas de dudosa credibilidad.

Luego uno de los principales méritos que tiene el artículo publicado por nuestro grupo de investigación es precisamente este: no nos conformamos con unos “bonitos” o “feos” (dependiendo de la tendencia política que uno tenga) resultados encontrados. Como nosotros no somos políticos y los datos no nos parecen bonitos o feos en función de si lo encontrado cuadra con lo que queremos oír o no, decidimos repetirlo un año después.

El estudio duró muchos años (entre evaluaciones, análisis de datos, escritura de informes científicos…). Evaluar más de 200 personas con diferentes pruebas no es algo que se haga en un par de fines de semana ni sea especialmente barato. Se tiene poca idea de los efectos de los alucinógenos sobre el cerebro. Se sabe que actúan juntándose a unos receptores cerebrales llamados 5-HT2A, y que debido a su acción sobre esos receptores se producen la mayoría de efectos floridos prototípicos. Pero también se sabe que la activación de los 5-HT2A libera a su vez un neurotransmisor llamado glutamato, que a concentraciones altas puede ser tóxico y producir muerte neuronal. Así que buscamos lo imposible: consumidores de alucinógenos puros. ¿Alguien es consumidor puro de una única droga? Algún fumeta que otro solo fuma porros. Y bueno, la mayoría de los bebedores solo beben alcohol. Pero de los que habéis tomado alguna vez un tripi o unas setas, ¿cuántos no habéis tomado otras cosas?

Bueno, pues en Brasil hay una serie de iglesias que utilizan como sacramento un potente alucinógeno: la ayahuasca. El principio alucinógeno de la ayahuasca es una sustancia llamada DMT (dimetiltriptamina). La DMT, como todo alucinógeno, se une a los receptores 5-HT2A, esta unión libera glutamato. Existen muy pocos estudios y con muchas limitaciones que han estudiado si el uso continuado de alucinógenos puede ser perjudicial o no para la salud (en las secciones de Introducción y de Discusión del artículo que estamos comentando aquí hay información detallada de esos estudios, también aquí: http://www.trnres.com/ebook/uploads/rafael/T_12998350813%20Rafael.pdf)

El estudio consistió en seleccionar una amplia muestra de usuarios de ayahuasca que llevaran tomando un mínimo de 15 años con una frecuencia mínima de 2 veces por semana y compararlos con un grupo de no consumidores equiparados en una serie de características personales de tal forma que los resultados puedan achacarse al uso o no de ayahuasca y no a cuestiones como edad, sexo o nivel educativo (variables que influyen también en el desarrollo neuropsicológico). Si se me permite abrir un paréntesis, uno se sorprende siempre cuando ve su trabajo criticado en la red. Por ejemplo, en el Cannabis Café, puede leerse como primera reacción a la nota de prensa que se lanzó anunciando los resultados del estudio:

<<Esta clase de estudios pecan siempre de lo mismo. Estan hechos por personas que ya tienen claro lo que quieren demostrar. Unos hacen estudios para demostrar que son malas las drogas, y otros para demostrar que son inocuas. Un buen estudio seria por ejemplo, coger cien personas que toman ayahuasca, y cien personas que no toman. Que les hicieran un examen psicologos que no tuvieran ni idea de quien la toma ayahuasca y quien no, y comparar resultados. La psicologia es una ciencia muy flojita que depende mucho de la actitud del investigador para interpretar los datos.>>

Me pregunto por qué el autor de dicho post presupone que queríamos demostrar que la ayahuasca es inocua. Pero lo más cachondo de todo es que nos propone hacer un estudio con 100 sujetos, que es incluso una muestra más pequeña que la que finalmente utilizamos. El autor, sin embargo, acierta en eso de que se debería haber hecho sin saber quién toma y quién no. El problema es que cuando uno se mete en el interior de la selva a evaluar comunidades en las que todos toman, controlar este factor es imposible. Como criticar es fácil y gratuito, propongo al lector hacer el experimento mental de irse a Brasil, prácticamente de la nada infiltrarse en las iglesias ayahuasqueras, convencerles para participar en un estudio que en realidad a los ayahuasqueros se la suda y luego buscar controles dispuestos a trabajar un mínimo de 2 horas a cambio de nada. Para encima citarles a ciegas sin saber quién es quién. En los mundos de yupi quizás este estudio es posible. En un estudio de tipo naturalista, la verdad… Pero es que aún hay más, porque otro forero dice:

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<<Interesante que se reafirmen los estudios. Este trabajo ya lo realizó Schultes, Groff y demás con consumidores de mas de 50 años de Peyote, Coleo, Ryvea corymbosa, ayahuasca… hace ya casi 50 años :S. Esta bien que con los nuevos medios y avances en medicina y psicología, lo puedan seguir confirmando.>>

Aparte de que personalmente no conozco a nadie con el nombre de Groff (hay un Grof, pero no tengo constancia de que nunca haya hecho estudios de ese tipo, y creo haber leído casi todo sobre él; lo mismo respecto a Schultes, por cierto), es fascinante cómo de la nada aparecen estudios que nunca se han hecho. Cada loco con su tema.

Cuando un forero le dice a otro que antes de criticar el estudio se tome la molestia de leerlo, este va y le suelta: <<Menudo tocho, es mucho mejor leer vuestras sabias opiniones>>. Sin comentarios.

Está también el que se pregunta por la metodología, habiendo en el artículo original toda una sección llamada “Methodology”. Y cuando por fin un forero comenta que precisamente el artículo está publicado en una revista de libre acceso que permite los comentarios de terceros, el increpante en cuestión se “lleva mal con la tecnología” y decide callarse.

Me he perdido. No sé si estaba comentando el último artículo científico sobre los efectos a largo plazo del uso de alucinógenos, sobre los entresijos de la ciencia drogabusológica, o de las insensateces que vierten los listillos de la red. Llegados a este punto, como el artículo lo puede leer cualquiera que quiera apretar un click, me quedaré aquí. Bueno, antes decir que no encontramos signos de neurotoxicidad a largo plazo del uso de alucinógenos, lo cual no convierte a estas sustancias en productos inocuos. Se han documentado casos de personas que han sufrido brotes psicóticos que han necesitado de tratamiento continuado en el tiempo para poder recuperarse y volver a la normalidad. También es cierto que se han recuperado bien. Así que ni la ayahuasca en particular, ni los alucinógenos en general, parecen ser tóxicos para el cerebro. Un estudio con técnicas más sofisticadas de neuroimagen debería definitivamente confirmar esto. Y como este estudio también lo hemos hecho, cuando tengamos analizados los datos los explicaré aquí.

Mientras, la otra conclusión, la que se deriva de los garbeos puntuales que me doy por la red, es que, para lo que no parece que sirvan los alucinógenos, es para curar la estupidez humana. Como humanos, nacemos con nuestras taras y mira, los alucinógenos, el cannabis u otras drogas, por lo que uno puede ver, no sirven para corregirlas, al menos si estas taras tienen que ver con la falta de intelecto. Seguiremos informando.

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.