De nuevo estamos de enhorabuena. Vuelven a aparecer trabajos sobre los efectos de la LSD. Parecía mentira y, sin embargo, este es el quinto artículo que escribo sobre la LSD para esta sección.
La LSD, dietilamida del ácido lisérgico. El psiquedélico más perseguido y maldito, con el que los políticos se vuelven psicóticos sólo con pensar en él. Venerado fármaco inspirador de comprensiones cósmicas, revelaciones inefables y frases ingeniosas memorables. La mejor, de las que he leído últimamente, dice así: “LSD cured my MDMA depression” (La LSD curó la depresión que me causó la MDMA). En este artículo resumiré dos investigaciones recién publicadas sobre la LSD. La primera, sobre su farmacocinética. La segunda, sobre sus efectos sobre la percepción musical.
Farmacocinética
La farmacocinética es la disciplina de la farmacología que se ocupa de estudiar qué le hace el organismo a una droga. Toda droga es un agente extraño y cuando es introducida en el organismo, éste desarrolla todo un sofisticado proceso de defensa para deshacerse de ella. Normalmente, al pasar por el hígado ya éste la intenta destruir, haciéndola chocar con enzimas que tratan de transformarla en partes más pequeñas (y diferentes), llamadas metabolitos. Dependiendo de la droga de que se trate, el organismo tardará más o menos tiempo en deshacerse de ella. A medida que la droga va desapareciendo del organismo (tanto por haber sido metabolizada como por su expulsión en fluidos biológicos (pis, sudor y heces, principalmente), su detección en plasma sanguíneo es cada vez menor y, por tanto, también sus efectos.
Albert Hofmann, en La historia del LSD (Gedisa Editorial, 1991), decía textualmente:
«La concentración del LSD en los diversos órganos alcanza sus máximos unos diez a quince minutos después de la inyección; luego decae rápidamente. (…) Dado que los efectos psíquicos del LSD siguen cuando ya no se puede verificar su presencia en el organismo, debe suponerse que ya no actúa como tal, sino que pone en movimiento determinados mecanismos bioquímicos, neurofisiológicos y psíquicos que llevan al estado de embriaguez, y que luego continúan sin sustancia activa» (p. 41-42).
Claro, cuando uno lee esto por primera vez, sólo la confianza ciega en el gran sabio de la ciencia química puede corregir su estupefacción. ¿Qué es eso de que una sustancia sigue produciendo efecto cuando ya ha desaparecido del organismo? Efectivamente, la LSD debe ser una sustancia muy especial si hace esto. Es más, no se la podría denominar droga (o fármaco), pues, como se ha explicado antes, una droga sólo produce efecto si se encuentra dentro del organismo. A un compuesto que sigue produciendo efecto una vez que ya no está allí, ¿cómo denominarlo entonces?
Es curioso que Hofmann escribiera esto en 1979 cuando ya había entonces al menos dos estudios en humanos que lo contradecían. Pero no hemos venido aquí a deshonrar la memoria del sabio doctor, ni mucho menos. Si le hemos traído a colación es porque casi cualquiera que haya tenido un mínimo de contacto con la cultura lisérgica habrá escuchado esta afirmación, incluso sin saber la fuente. Este meme sobre la LSD ha sobrevivido a las culturas, a las edades y a los diferentes documentos de los que se ha ido contagiando. Lo cual hasta cierto sentido es lógico también: desde que Hofmann escribiera su libro no se había vuelto a hacer un estudio farmacológico con LSD.
Pero por fin ha llegado. Y lo que han encontrado los investigadores está muy lejos de corroborar el mito. Un grupo de investigadores del Hospital Universitario y de la Universidad de Basel (la cuidad justamente en la que vivió Hofmann y en la que descubrió la LSD), en Suiza, administraron a 16 voluntarios (8 hombres y 8 mujeres), en dos sesiones separadas por una semana, de manera aleatoria un placebo y una dosis de 200 mg de LSD por vía oral y estudiaron tanto sus efectos subjetivos (estudio publicado en otro artículo científico y ya comentado en un número anterior en esta misma sección) como su farmacocinética. También sus efectos a nivel autonómico (tasa cardiaca, presión arterial, temperatura y diámetro pupilar)[1].
Bien, 12 horas después de la administración del fármaco en todos los sujetos se siguió detectando LSD, a las 16 horas aún se detectaba LSD en 14 de los 16 sujetos y en 11 sujetos se seguía detectando LSD a las 24 horas después de su administración. Como se dijo en el anterior artículo al que antes he hecho mención, con relación a los efectos psicológicos, los efectos pico se encontraron a las 1,75+/-0,82 horas. Tras 5 horas, los efectos empezaron a disminuir y duraron en total más de 12 horas. Incluso 3 voluntarios, tras 12 horas de experiencia, ¡aún estaban por encima del 50% de intensidad de los efectos![2]
Otras cosas interesantes que se encontraron en este trabajo, que se está comentando, es que la concentración máxima de LSD en sangre se detectó a las 1,5 horas, para luego ir declinando progresivamente hasta las 12 horas (fenómeno que, como se acaba de ver, va en paralelo con la cuerva de efectos psicológicos). La vida media (el tiempo que tarda en desaparecer del organismo la mitad del fármaco) fue de 3,6 horas (a las 3,6 horas tras la administración se encuentran 100 mg; 3,6 horas después 50mg, etc.) y sólo se elimina por la orina sin destruirse el 1%. El principal metabolito de la LSD (la sustancia en que transforma las enzimas del hígado a la LSD) es la O-H-LSD, y se desconoce si este metabolito es activo. Por ejemplo, cuando se consume THC por vía oral, éste se transforma en el proceso de metabolización en 11-THC, que es igual de psicoactivo que el THC y por tanto el efecto se dobla. En el caso de la LSD, la O-H-LSD se detecta en plasma a muy bajas concentraciones y sólo en la mitad de los sujetos. Quizás ésta es la principal razón del tan largo efecto de la LSD, aunque esto ya es especulación mía: el organismo no consigue degradarlo en otros metabolitos y por tanto tiene una eliminación lenta que hace que, mientras se encuentre presente en la sangre, sigue produciendo efecto. Por último, la biodisponibilidad (la concentración de fármaco que llega al torrente sanguíneo) de la LSD es del 71% cuando se ingiere por vía oral.
En resumen, lejos de ser la LSD esa “cosa” que no es droga porque sus efectos perduran cuando aquélla ya ha desaparecido del organismo, la LSD es detectable durante todo el tiempo en el que hay efectos psicológicos, como ocurre, hasta donde el conocimiento de la ciencia farmacológica alcanza, con cualquier fármaco. Lo cual, por otra parte, tampoco le quita ninguna magia a la sustancia. Quizás, incluso, se la da: una vez dentro del organismo humano, a éste no le resulta tan fácil destruirla y por eso dura, y dura, y dura…
Los efectos de la LSD sobre la percepción musical
La música es una de las herramientas más arcaicas que conoce el ser humano para inducir respuestas emocionales. Su capacidad para modificar el estado de ánimo de las personas es sólo inferior a la capacidad de las propias personas. Y, para el caso de algunas personas, bastante superior. La música es le eje central de todos los rituales humanos transcultural y transtemporalmente. Se pone música para llenar silencios. Es inconcebible un bar nocturno sin música. La música forma parte de manera tan permeable de nuestra vida cotidiana que a veces ocurre como cuando uno se da un golpe: estando ahí todo el tiempo, sólo siente el cuerpo cuando se ha hecho daño. En muchas ocasiones la música sólo se siente cuando se apaga el reproductor, por su ausencia. Y, por último, la música es el elemento central de todos los rituales en los que se utilizan drogas: los daimistas ayahuasqueros cantan, los chamanes amazónicos además de cantar, silban, tocan la maraca y, en el caso de los taitas colombianos, hasta tocan la armónica. Y no es diferente en el caso de la terapia occidental con psiquedélicos: en los estudios que hay en marcha con MDMA, psilobibina y LSD, la mayor parte de la sesión los pacientes la pasan escuchando música con auriculares y antifaz, para que no haya distracciones externas y sea la música la que guíe la experiencia. Por eso, en mi opinión, el mejor terapeuta psiquedélico es un buen DJ.
Un equipo del Imperial Collegue de Londres acaba de publicar el primer estudio en el que se ha puesto a prueba científicamente si la LSD aumenta la respuesta emocional que induce la música[3]. En este estudio participaron 10 voluntarios (1 mujer): 1 sujeto recibió una dosis de 40 mg, 2 recibieron una de 50 mg, 6 recibieron una dosis de 70 mg y 1 una de 80 mg. El estudio fue controlado con placebo y ambos fármacos (LSD y placebo) se administraron por vía intravenosa durante 3 minutos. Esta dosificación fue tan rara porque en realidad el estudio estaba diseñado para mirar los efectos cerebrales de la LSD mediante resonancia magnética. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, esto es, aprovechando que una sesión con LSD da para hacer muchas cosas con los voluntarios, en este caso se aprovechó para pasarles una prueba de percepción musical.
A cada voluntario se le pusieron 5 piezas musicales en cada sesión (LSD y placebo) en 4 momentos, concretamente en los minutos 44, 101, 139, 250. Los géneros musicales fueron clásica, neo-clásica, ambient y new age y entre los compositores estaban Greig Haines, Ólafur Arnalds, Arve Henriksen y Brian McBride. Después de escuchar cada pieza los sujetos tenían que responder a la pregunta: “¿Cómo le afectó emocionalmente la música?” en una escala analógica visual (EAV) en la que 0 es “Nada” y 100 “Extremadamente”. (Una EAV es una línea de 10 cm en el que el extremo izquierdo es 0 y el derecho es 100). Después, tenían que responder a un cuestionario digitalizado (llamado GEMS-9) que se compone de 9 ítems que hacen referencia a diferentes aspectos de la experiencia emocional inducida musicalmente, en el que cada ítem se desglosa a su vez en 3 sub-ítems. Por ejemplo nostalgia: nostálgica, soñadora, melancólico; o, paz: sereno, tranquilo, calmado. Cada ítem se responde con una opción de 0 (“nada”) a 4 (“extremadamente”).
Efectivamente, la respuesta en las EAVs para la pregunta sobre la afectación musical de la música fue mayor para la condición de LSD que para la condición placebo y en todos los ítems de la GEMS-9 los sujetos puntuaron más alto para la condición LSD que para la condición placebo, siendo las diferencias estadísticamente significativas en “trascendencia”, “poder”, “maravillarse” y “ternura”.
Los autores de este estudio ponen de manifiesto igualmente las limitaciones del mismo. Por ejemplo, dada la naturaleza del estudio, era imposible mantener ciego el control (la condición LSD se hace evidente frente al placebo). La muestra no era muy amplia ni tampoco se controlaron las condiciones de emocionalidad “normales” de los sujetos.
Interesante, sin embargo, fue la curva de efecto psicológico. A diferencia de la dosis oral, que como se vio arriba tenía su efecto máximo hacia la 1,75 horas, con la vía intravenosa el efecto empezó a notarse a los 5-15 minutos, llegando a su intensidad máxima entre los 45 y los 90 minutos, lo cual sugiere que, comparada con la dosis oral, la vía intravenosa produce un inicio del efecto más rápido y hace ligeramente más corta la experiencia (los autores no aportan datos del tiempo total). Sin embargo, añaden los autores, la velocidad de inicio de los efectos y su duración entre la vía intravenosa y la oral para el caso de la LSD son más parecidos que para el caso de la psilocibina.
[1] Dolder PC, Schmid Y, Haschke M, Rentsch KM, Liechti ME. Pharmacokinetics and Concentration-Effect Relationship of Oral LSD in Humans. Int J Neuropsychopharmacol. pii: pyv072. Disponible en: http://goo.gl/HVAbTu
[2] Schmid Y, Enzler F, Gasser P, Grouzmann E, Preller KH, Vollenweider FX, Brenneisen R, Müller F, Borgwardt S, Liechti ME. Acute Effects of Lysergic Acid Diethylamide in Healthy Subjects. Biol Psychiatry. 78(8):544-53. Disponible en: http://goo.gl/hxCJfP
[3] Kaelen M, Barrett FS, Roseman L, Lorenz R, Family N, Bolstridge M, Curran HV, Feilding A, Nutt DJ, Carhart-Harris RL. LSD enhances the emotional response to music. Psychopharmacology (Berl). 2015;232(19):3607-14. Disponible en: http://goo.gl/4unSyN
Acerca del autor
Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.